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Sintiendo a Dios y los límites de la neurociencia; el arte desde otro punto de vista

«La biologia no puede contar para la trascendencia»

Recientemente el reconocido neurólogo Oliver Sacks publicó un artículo en The Atlantic, titulado «Viendo a Dios en el tercer milenio».

En él se refiere a numerosas descripciones en la literatura médica de experiencias religiosas que alteraban la vida, asociadas a anormalidades neurológicas. También apuntó a las visiones extáticas de Dostoievski y recuerdos de un coma del neurocirujano Eben Alexander (quien lo describió en un artículo de Newsweek). Ambos creían haber experimentado algo transcente – quizás hasta a Dios – durante un estado alterado del cerebro.

Sacks apuntó a que recientes estudios mostraron que tales epifanías pueden ser precisamente relacionadas con actividad eléctrica alterada en partes específicas del cerebro, especialmente el lóbulo temporal derecho. Y reportó que tal tipo de experiencias se están volviendo más comunes, mayormente porque más pacientes que antes simplemente hubieran expirado, están siendo traídos de vuelta de un paro cardíaco. Estas experiencias cuentan frecuentemente con un componente extracorpóreo, significando que los pacientes sintieron que se estaban viendo a sí mismos desde un punto de vista externo a ellos.

Algunos investigadores hasta han demostrado que estas experiencias extracorporales pueden ser replicadas usando un aparato que incluye gafas de video, maniquíes y extremidades protésicas.

Cómo explicar estas experiencias es un problema difícil que no puede ser resuelto, pero Sacks nos urge a evitar negar las explicaciones naturales – aquellas enmarcadas en términos de estructuras y funciones del cerebro – como posibilidades.

En particular, condena la negativa del neurocirujano Alexander a dar una explicación natural de la experiencia que para él representa una definitiva evidencia del más allá, remarcando que la historia de Alexander «más que no cientifica, es anti-científica».

En fuerte contraste, Sacks argumenta que las explicaciones naturalistas ofrecen la mejor descripción disponible de estos fenómenos. Cree que estas experiencias más bien representan alucinaciones neurológicas, a las que se les ha dado significado por un profundo deseo humano de trascendencia.

Antes de continuar, necesitamos detenernos para considerar a qué nos referimos con «trascendente».
Literalmente significa ir más allá. La idea de trascendencia tiene raíces profundas en nuestra cultura.
(…)
En el contexto religioso, la trascendencia implica una realidad que no es puramente material. Hay cosas en este mundo que son reales pero no físicas, en el sentido de que no tienen masa, tamaño, forma, ubicación o color, que no emiten ningún sonido, y no pueden ser tocadas, gustadas u olidas. Un materialista absoluto negaría que este tipo de cosas pudieran existir, argumentando que Dios o los dioses son meras majaderías. Desde este punto de vista, referencias a lo divino, así como a todas esas cualidaes etéreas como el amor, la belleza y la bondad, simplemente se refieren a patrones de la conducta humana, a procesos electroquímicos de la actividad en el cerebro. En contraste, los judíos, cristianos y musulmanes aseguran que la evidencia de Dios es auto-evidente, ya que Dios creó todo lo material.

¿Debemos pensar entonces que algunas experiencias atribuidas a la presencia divina o a un encuentro con una realidad trascendente están asociadas con cambios característicos en la función de una parte específica del cerebro, y que estimulando esta parte del cerebro podemos producir estas experiencias en sujetos experimentales? ¿Esto indica que estas experiencias y quizás todas las experiencias son, por lo tanto falsas?
(…)
Quizás hasta, como Sacks sugiere, son meras alucinaciones, el mismo tipo de estados alterados que a veces producen un traumatismo cerebral, las drogas y hasta los sueños nocturnos.

¿Son tales experiencias de trascendencia simples errores de tiro del cerebro?

Para poner esta pregunta en una manera ligeramente diferente pero que ayudaría más, ¿sería preciso decir que un cerebro humano que funciona perfectamente no podría tener sentido de la trascendencia? Si pudiéramos eliminar todas las toxinas, actividades eléctricas aberrantes, y desequilibrios de los neurotransmisores, y también asegurar una provisión de oxígeno, glucosa y otras sustancias necesarias, ¿conseguiríamos entonces un estado de mente no trascendental permanente?¿Nos mantendríamos de día en día y aún, de segundo en segundo, en un permanente estado de inmanencia, atentos solo a los objetos presentados a nuestros sentidos, y finalmente evitar los tipos de percepciones erróneas que elevan a la gente a pensar que a veces se ha encontrado con Dios?

Quizás no deberíamos ir tan rápido para abandonar lo trascendente.
¿Y si lo trascendente no es diferente de ningún otro aspecto de la experiencia humana, en al menos un punto esencial?
Es decir, que hay experiencias verdaderas y falsas, así como hay experiencias verdaderas y falsas asociadas con los sentidos, con la razón y con los sentidos. A veces pensamos que el chirrido de una máquina es el llanto de un bebé. Lo que parecería una conclusión probada se convierte en una asunción errónea, y lo que suponemos que es amor resulta ser simplemente un fugaz enamoramiento. Si somos inteligentes, reconocemos que somos falibles. Aun nuestra falibilidad no nos lleva a concluir en que nunca podremos realmente experimentar, saber o sentir algo.

Creo en la música. Cuando esucho música, o al menos cierto tipo de ella, me siento transportado a otro lugar, mi humor se eleva, siento un nuevo sentido de armonía y soy capaz de enfocarme más claramente en lo que parece que más importa. Un fisiólogo diría que lo que yo llamo música es solamente el rasguido de los pelos de un caballo a través de una tripa de gato, una vibración mecánica en una frecuencia particular.
Un neurólogo diría que simplemente estoy experimentando la transducción de la energía kinética a energía eléctrica procesada por neuronas.
Pero aún hay algo en la música que es difícil de estimar en estos términos. Sería como decir que un abrazo apasionado es sólo la presión de carne contra carne.
Considerando estas declaraciones del fisiólogo-ensayista Lewis Thomas con respecto a la Novena Sinfonía de Mahler:

«Hace un tiempo no muy lejano, cuando la escuchaba, especialmente al final del movimiento, era un reconocimiento de la muerte y al mismo tiempo, una tranquila celebración de la serenidad conectada al proceso. Tomé esta música como metáfora de la reaseguración, confirmando mi fuerte sensación de que la muerte de toda criatura viviente, la más natural de todas las experiencias, tiene que ser pacífica. Creo en la naturaleza (…)»

¿Está Thomas describiendo una realidad fuera de la mente humana, algo más allá de las vibraciones aéreas y de las neuronas?¿Fueron los compositores como Mahler, Beethoven y Mozart, comprometidos con una mera habilidad manual, desilusionándonos con algo falso?¿O estaban comprometidos en la creación de algo real, capturando algo esencial y hermoso, y a través de la música ofreciéndonos una oportunidad para experimentar lo trascendente?
Tanto si hablamos de Beethoven o Mozart, las pinturas de Rembrandt y Van Gogh, o la poesía de Yeats, nos encontramos con el trabajo de genios que pensaron que estaban contestando a un llamado para expresar lo trascendente. Es interesante que aún algunos de los grandes científicos, incluyendo a Newton y Einstein, parezcan haber pensando más o menos igual.
(…)

Creyeron que no era solo posible sino también necesario para los seres humanos meditar sobre ciertos temas trascendentales, como la muerte y el amor, para entender nuestra verdadera posición en el gran esquema de la creación.
Claro que no todos los compositores son Mahler ni todos los pintores Van Gogh. La gran música es real, pero también la mala música, y lo mismo con respecto al arte, la poesía y la ciencia. A veces la gente simplemente no lo capta. Pero el no captarlo, así como el captarlo, está asociado con ciertos cambios neuroquímicos en el cerebro. En otras palabras, el mero hecho de que estén sucediendo estos cambios, no nos ayuda a distinguir entre lo bueno y lo malo, lo grande y lo insípido.
La verdad o la falsedad de estas expresiones no es una simple cuestión de correspondencia con un estado material verificable. Es también un asunto de elegancia, ritmo, equilibrio, y sobre todo belleza; cualidades que en cierto punto son trascendentes.
Finalmente no podemos definir a la belleza en términos estrictamente materiales. No podemos probar solamente en el terreno material que Los Hermanos Karamazov de Dostoievski es una de las más grandes obras de la literatura mundial, no importa cuántas copias haya vendido o durante cuánto tiempo permanezca siendo impresa.

Cuando nuestros hijos o nietos nos pregufnten porqué alguien debería leer una novela de Dostoievsky, o visitar una exposición de Van Gogh, o asistir a un concierto de Mahler, no podremos aportar ninguna prueba material. Sólo podremos intentar describir la diferencia que esas obras han hecho en nuestras propias vidas, y tener la esperanza de que descubran algo similar.

Richard Gunderman
http://www.theatlantic.com/health/archive/2012/12/sensing-god-and-the-limits-of-neuroscience/266706/

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