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SOCORRO, PERDÓN, de Frédéric Beigbeder.


LITERATURA
Capítulo 1
“El año en que cumplí cuarenta acabé de volverme loco definitivamente. Hasta entonces, como todos, hacía ver que era normal. La locura auténtica sale cuando se acaba la comedia social. Fue después de mi segundo divorcio. Me quedaba algún dinero; me había marchado de mi país. Había amado, volvería a amar, pero esperaba poder prescindir del amor, «un sentimiento ridículo que va acompañado de movimientos grotescos», como dice Théophile Gautier. Además había dejado las drogas duras, así que no veo por qué tenía que hacer una excepción con el amor. Por primera vez desde que había nacido, vivía solo, y tenía intención de pasármelo bien una temporadita. Quizás me parecía a la época en que no tenía estructura. Reconozco que es molesto vivir sin columna vertebral. Ignoro cómo se las arreglan los demás invertebrados. Yo había crecido en una familia desestructurada, antes de desestructurar la mía. No tenía ni patria, ni raíces, ni ataduras de ningún tipo, salvo de una infancia olvidada; cuyas fotos parecían falsas, y un ordenador portátil con conexión wifi que me producía la ilusión de estar conectado con el resto del universo. La amnesia me parecía el colmo de la libertad. Es una enfermedad bastante extendida, hoy en día. Viajaba sin equipaje y alquilaba apartamentos amueblados. A usted le parece siniestro, vivir entre muebles que no has escogido?
Yo no estoy de acuerdo. Lo que es deprimente es pasarse horas yendo de tiendas dudando entre diferentes tipos de sillas. Los coches tampoco me llamaba la atención. Los hombres que comparan sus cilindradas me dan pena. Es increíble el tiempo que pierden enumerando marcas. Leía libros de bolsillo subrayando frases con un bolígrafo y después los tiraba a ambos a la basura (libro y bolígrafo). Intentaba no conservar nada sino era dentro de mi cabeza. Me daba la impresión de que las cosas me molestaban, pero me parece que los pensamientos también, y ocupan aún más lugar.(…) Iba tachando en la agenda cada día que pasaba como un prisionero que graba los muros de su celda. (…) Quería estar triste, pero no puedes olvidar por encargo. No sé por qué le digo todo esto. De hecho me  gustaría explicarle como me di cuenta de que la tristeza es necesaria.”
Frédéric Beigbeder


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